Su vida era una batalla perenne contra el anonimato. Cada mañana al levantarse se decía que él era un hombre grande, un hombre que, además de altura tenía otros atributos que le abocaban al triunfo.
Le gustaba mostrarse liberal, desprendido y
distante. Reconocer alguna debilidad, era como dar un paso atrás en su camino
hacia el éxito. Vestía ropa de marca y alardeaba de sus escarceos con la droga,
de sus fáciles conquistas en los ‘garitos’ de moda.
Había nacido en la madrugada de un veintinueve
de diciembre, intentando escapar a los Santos Inocentes, y ahora quizá se
arrepentía .
Era un hombre hábil, inteligente, locuaz e
interesante en los días ‘rojos’, pero desgraciadamente en el calendario de su
cuerpo había pocos festivos. Sus días normales estaban presididos por la desidia, y eran una duda continuada
que le obligaba a esconderse en los lugares más recónditos de su infancia,
donde nadie le pedía cuentas.
Ahora intentaba equilibrar el péndulo de su
vida hasta conseguir un balance positivo. Olvidar su infructuosa siembra en tierra
de nadie; que un día en el regazo de sus fuertes manos se acunaron
oportunidades “frágiles como el cristal”.
El tiempo no le dio la razón. El que trataba
de imponer su experiencia a los demás, él que pensaba que su equipaje era el
óptimo para todos los viajes, que compartir era perder algo de sí mismo, y su
firma una garantía, se ha apeado hoy en la estación de la inocencia para
emprender un nuevo viaje, desprovisto de arrogancia y vanidades.
Tener noticias suyas me ha hecho recordar que
sigue siendo, a pesar de todo un hombre de suerte.”