Cartas


 Cualquier rincón es bueno para la inspiración. Cualquier silencio, cualquier tiempo muerto en esta carrera desmedida hasta alguna parte. Cualquier momento es bueno para echarte de menos, para añorar el eco de tu risa, las pequeñas arruguitas en que se acunan tus ojos.
Tu mirada es un oasis en este desierto donde las nubes toman forma de buitre y el polvo entierra cuanto encuentra a su paso. Yo me alimento del azul de tus ojos mientras intento olvidar a todos los Caínes que fructificaron en esta Tierra y que aun hoy andan buscando venganza.
El culto a la información degenera por momentos. Hoy todos tienen hambre de datos, cifras exactas para cerrar el balance de una perfección inalcanzable. Cada hombre es un expediente inacabado, un proyecto a manos de otros.
El día es un mercado de intereses que se agotan y renuevan a cada instante. Todo es válido. No hay espera. Se olvidaron de contrastar las distintas versiones y de verificar todas las fuentes.
Para muchos los importante es tener algo que contar, llenar los espacios de frases y palabras para sentirse un poco más acompañados en este largo viaje.
Y mientras, las cartas que me envías cobran un valor incalculable. A estas alturas ya casi nadie escribe cartas, ya casi nadie escribe a mano…
Vale la pena seguir arañándole minutos a la rutina para dejar de ser un eslabón más de la cadena y disfrutar leyéndolas a escondidas.

Silencio


 


Se levantó de la cama y por unos instantes se extrañó de aquel silencio. Hacía tiempo que no se sentía tan bien. Eran las tres de la madrugada, y en unas horas habría de volver a la circulación.

Acudir al trabajo, conectar su terminal, responder al teléfono, alimentar la trituradora de documentos y convivir con los murmullos de sus compañeros y el tráfico de la M-30, cuyo reflejo se adivina en los cristales.

No echó de menos el televisor, ni la radio, ni el motor del frigorífico, pero se preguntó si a aquella sensación, tan ajena hasta la fecha, la llamaban soledad. Estar en silencio era como abandonarse, abrir un hueco de vacío, de espacio habitado por uno mismo para la reconciliación.

Pero él no sabía estar en silencio, y el silencio se adueñó de su cuerpo y lo sembró de miedos. Y entonces se preguntó si tampoco sabría escuchar.

Así que para no caer en el precipicio que le suponía aquella situación tan extraña, comenzó poniendo el tocadiscos y acabó enchufando la freidora. Todo volvía a ser cómo antes, como siempre desde que tenía memoria.

A continuación despertó a su compañera y le dijo que estaba dispuesto a escucharla. Así que, a pesar de lo intempestivo de la hora, se acomodaron en el sofá y dejaron que el tiempo fuese testigo silencioso de sus confidencias.

 

 

 

 

Sueños






 
He dejado de escribir mis sueños en los muros, los nombres de ciudades que nunca he visitado, y que cada noche me arrebata la niebla.
He aprovechado está noche fría en que se humedece hasta el sexo de las calles  para acercarme a la estación y recostada en el andén dejar caer mis pies sobre los raíles y esperar tu llegada.
Las sirenas de las fábricas martillean a mi espalda, en esta era post-industrial  en que tus mensajes de amor duermen en contestadores  que, a menudo, olvido escuchar.
En este tiempo he visto muchas fotos tuyas cogido de otras manos que no eran la mía; pero tu sonrisa sigue siendo la única curva que me induce a la esperanza en estos “guetos” de geometría recta.
He venido a buscarte para recordar aquél día en que el mar se reflejó en tus ojos y compartimos bebida y confidencias hasta altas horas de la madrugada.
Tú nunca entendiste por qué las mujeres se pintaban y arreglaban como sí de una tribu se tratase y algunos hombres acudían a estancias anónimas para celebrar rituales  en que la pasión era cómo un diablo que se les revolvía en el cuerpo…
Siempre anduvimos buscando el mar, ese mar que no se adivina desde las oficinas de Wall Street, y que te empuja a volver hasta mi puerto.
A menudo me escribes, y me llegan flores marchitas cultivadas en rascacielos; y pienso en tu estado de ánimo; la ropa que a diario se convierte en una cárcel para tus pensamientos.
Te echo tanto de menos…



Un hombre de suerte

Su vida era una batalla perenne contra el anonimato. Cada mañana al levantarse se decía que él era un hombre grande, un hombre que, ad...