Sueños






 
He dejado de escribir mis sueños en los muros, los nombres de ciudades que nunca he visitado, y que cada noche me arrebata la niebla.
He aprovechado está noche fría en que se humedece hasta el sexo de las calles  para acercarme a la estación y recostada en el andén dejar caer mis pies sobre los raíles y esperar tu llegada.
Las sirenas de las fábricas martillean a mi espalda, en esta era post-industrial  en que tus mensajes de amor duermen en contestadores  que, a menudo, olvido escuchar.
En este tiempo he visto muchas fotos tuyas cogido de otras manos que no eran la mía; pero tu sonrisa sigue siendo la única curva que me induce a la esperanza en estos “guetos” de geometría recta.
He venido a buscarte para recordar aquél día en que el mar se reflejó en tus ojos y compartimos bebida y confidencias hasta altas horas de la madrugada.
Tú nunca entendiste por qué las mujeres se pintaban y arreglaban como sí de una tribu se tratase y algunos hombres acudían a estancias anónimas para celebrar rituales  en que la pasión era cómo un diablo que se les revolvía en el cuerpo…
Siempre anduvimos buscando el mar, ese mar que no se adivina desde las oficinas de Wall Street, y que te empuja a volver hasta mi puerto.
A menudo me escribes, y me llegan flores marchitas cultivadas en rascacielos; y pienso en tu estado de ánimo; la ropa que a diario se convierte en una cárcel para tus pensamientos.
Te echo tanto de menos…



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