He aprovechado está noche fría en que se humedece hasta el sexo de las calles para acercarme a la estación y recostada en el andén dejar caer mis pies sobre los raíles y esperar tu llegada.
Las sirenas de las
fábricas martillean a mi espalda, en esta era post-industrial en que tus mensajes de amor duermen en
contestadores que, a menudo, olvido
escuchar.
En este tiempo he
visto muchas fotos tuyas cogido de otras manos que no eran la mía; pero tu
sonrisa sigue siendo la única curva que me induce a la esperanza en estos
“guetos” de geometría recta.
He venido a
buscarte para recordar aquél día en que el mar se reflejó en tus ojos y
compartimos bebida y confidencias hasta altas horas de la madrugada.
Tú nunca
entendiste por qué las mujeres se pintaban y arreglaban como sí de una tribu se
tratase y algunos hombres acudían a estancias anónimas para celebrar
rituales en que la pasión era cómo un
diablo que se les revolvía en el cuerpo…
Siempre anduvimos
buscando el mar, ese mar que no se adivina desde las oficinas de Wall Street, y
que te empuja a volver hasta mi puerto.
A menudo me
escribes, y me llegan flores marchitas cultivadas en rascacielos; y pienso en
tu estado de ánimo; la ropa que a diario se convierte en una cárcel para tus
pensamientos.
Te echo tanto de
menos…
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